Década de paranoias

Por Diego Vecino

Hace unos días mi novia me abrió la ventanita del chat. Me dijo: “No le aprobaron el salvataje a Bush, así que ya está: se acabó el capitalismo. Por fin. ¿Querés tomar una cerveza para festejar?”. Más tarde, a la noche, mirando novedades en una librería de la avenida Santa Fe, escuché como dos personas entraron a comprar La Cajita Infeliz, de Eduardo Sartelli, “un viaje a través del capitalismo”.

Imagino que la visibilidad del libro está motivada con que el mismo Sartelli sacó una nota de tres o cuatro páginas en la última Veintitrés, sobre la crisis del mercado financiero. Se lo anunciaba como quien había vaticinado el descalabro en tempranos años: 1997. Incluso él mismo lo explicaba en el artículo: “yo dije que esto iba a pasar en 1997”. El artículo estaba bien. En pocas líneas despachaba algo con un nombre tan oscuro como la ley de tendencia decreciente de la tasa de ganancia para un público no especializado, con ejemplos didácticos y metáforas bizarras de la literatura universal. Sin embargo, la inclusión de semejante colaboración en una revista que, aunque indudablemente progre no está dirigida a un mercado familiarizado a las modulaciones del trotskismo ilustrado (tal es lo que representa Sartelli y su colectivo editorial-cultural, Razón y Revolución) ni simpático con ningún tipo de trotskismo, es llamativo.

Hay paranoia: el ciudadano medio quiere entender por qué el sistema de producción capitalista entra cíclicamente en períodos de depresión en caso de que, de momento a otro, sobrevenga el socialismo. Para entender un poco más a qué me refiero, el 21 de Septiembre el economista Joseph Stiglitz dijo: “La crisis de Wall Street es para el mercado lo que la caída del muro de Berlín fue para el comunismo”. Yendo un poco más allá, el economisa Nouriel Roubini, profesor de la escuela de negocios de Stern, anunció algunos días más tarde: “El rescate financiero del Tesoro a Freddie y Fannie es socialismo para los ricos, los que tienen contactos y Wall Street. Es la continuación de un sistema corrupto donde las ganancias se privatizan y las pérdidas se socializan”. Esas cosas, sin embargo, se dijeron siempre. La diferencia entre ahora y antes es que ahora estas declaraciones salen publicadas en el diario Clarín. Son el discurso medio circulante.

El diario El País, por ejemplo, levantó una nota el 28 de Septiembre en donde afirma que más del 50% de la sociedad europea está convencida de que esta crisis del capitalismo, además de ser la peor, es también la última. Dice: “Europa se dispone a afrontar la más calamitosa de todas las circunstancias: un ciclo de recesión, deflación y caída general de todo el sector privado”. El legislador republicano Ted Poe votó en contra del salvataje propuesto por la administración Bush: “Los gatos gordos de Nueva york esperan que Joe el cervecero se la banque y pague por todo este sinsentido”. Se entiende. Nouriel Roubini explicó la reacción, un tanto escandalosa: “Estamos viviendo un clima de pánico generalizado y otra vez estamos ante el riesgo de un quiebre sistémico en todo el sistema financiero”.

Entre las versiones más determinantes están las de los catedráticos Santiago Niño Becerra y Luicinio González, del IQS español, que después de analizar la evolución del PBI mundial desde el año 1959 hasta la actualidad dictaminaron que “la crisis será gradual y conllevará al fin del sistema capitalista y al inicio de un nuevo sistema económico” para el 2010. A ponerse en mangas de camisa y a instruirse con el blog de Jaramillo: se viene un bicentenario duro.

La crisis del mercado financiero, que tiene como correlato amarillista a la consigna del fin del capitalismo, tiene un impacto en nuestras vidas, más allá de la inflación, la caída en el precio de los commodities, la desaceleración de la economía o el “giro ortodoxo” del gobierno de Cristina: contribuye a cimentar la identidad de nuestra época, que dará el matiz de estos años cuando los miremos retrospectivamente y, quizás, nos ordene formas específicas de construir el futuro. Sartelli en su artículo evita con mucha sutileza y tino proponer una alternativa obrera y combativa a la crisis mundial, pero lo sugiere. Que esa operación, con sus límites, esté habilitada nos dice algo.

No quiero extenderme mucho, sin embargo: la crisis del capitalismo, que se avecina rampante, constituye un paso más hacia la recuperación de los grandes relatos estrafalarios y conspirativos con que el neoliberalismo creía haber acabado y que nosotros estábamos extrañando. Un paso adelante junto con la Máquina de Dios. Ambas narraciones son símbolos bien caracteristicos de nuestros años, pues tienden a ocupar el espacio que dejó vacante la exitosísima y añorada Guerra Fría: sospecha mundial, sensación de muerte inminente, dolor de cabeza y problemas cervicales.

Por supuesto, todavía nuestras ficciones de catástrofe tienen límites y habrá que irlas perfeccionando: la Máquina de Dios fue hackeada, se rompió en cuestión de semanas y, sobretodo, probó su incapacidad para destruir al universo. Y sobre la crisis del capitalismo, que se yo, no la termino de comprar. Igual, tengo miedo, y no puedo dejar de cantar para mis adentros la misma canción de La Polla Records, una y otra vez.